El pincel se detuvo, el cuadro parecía terminado, el cielo transmitía la realidad de un jóven ancioso, de un modo de expresión que ayudará a esa voz a no desaparecer en el mutismo de la incompresión racional del discurso conformista.
El mar era tan profundo y sereno como la mente en todo su horizonte, pretender la fogosidad del color, era como exigir la carga de los sentimientos encontrados y egoistas.
Ni hablar de la embarcación fantasmagórica e impenetrable en su caparazón grisaceo, que no pretende, conteniendo la claridad del pensamiento prudente, que no devela el desespero del tiempo acechando la libertad del sentimiento puro.
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